domingo, 6 de enero de 2019

Parte 9 - El silencio es complicidad.


Hace poco terminé de ver Miss Fisher's Murder Mysteries. Una serie que narra las aventuras de una detective privada, en la Australia de pos-primera guerra mundial.
Los capítulos transcurren en los años que van del 27 al 29 aproximadamente.
Más allá de la historia central, hay un marco social compuesto por ex combatientes y los distintos traumas que dejó en ellos la guerra.
Hay capítulos en los que el conflicto principal, tiene que ver, justamente con los estragos que la guerra provoca en las personas. Los capítulos en los que el conflicto central pasa por otro tema, igual son atravesados por los residuos de la guerra.
Les personajes de alguna forma siempre dejan el testimonio del horror que fue la guerra; y de lo inútil, del sinsentido.
Después de la Gran Guerra, los testimonios son en ese mismo sentido. Es más, organismos como la ONU, surgieron justamente para evitar que se vuelva a producir un fenómeno similar, dada la carnicería que significó, y los estragos que produjo entre las personas que, de una manera u otra fueron tocadas por semejante espanto.
Creo que la mayoría de los que tenemos cierta edad, hemos escuchado algún testimonio en primera persona de los horrores que se desataron tanto en la primera como en la segunda guerra.
En mi caso, una de las cosas que sabía de mi abuelo paterno, a quién no conocí, es que vivió la primera guerra y lo que le quedó fue un odio hacia los perros porque los vio alimentarse de los cadáveres.
Me imagino que de ese tipo debe haber, miles de recuerdos que están enterrados en los secretos familiares.
Secretos enterrados en el silencio.
Hoy leía la columna de Forn en Pagina 12 “El pogrom como deporte de las clases pudientes”  sobre “La semana trágica”. En esa columna narra en detalle la matanza que se desató en el año 19, y termina con estos párrafos:
El almirante Domecq García era mi bisabuelo. He contado la historia en mi libro María Domecq. En mi familia se recitan las proezas, los servicios a la Patria del almirante, sus novelescas aventuras (¡huérfano en la Guerra del Paraguay! ¡ahijado de Roca! ¡condecorado por el Emperador después de la Guerra Ruso-Japonesa! ¡a él le debe la Marina sus primeros submarinos! ¡dejó un hijo en Japón! ¡Puccini se basó en él para el Pinkerton de Madame Butterfly!), pero de la Semana Trágica no se habla. Yo me desayuné de la historia vergonzosamente tarde, cuando con treintilargos entré a trabajar en este diario donde Osvaldo Bayer, cada 7 de enero, escribía sobre la matanza. Así supe cómo era recordado el almirante en la versión de la historia argentina a la que yo le creo más.
Sé que no soy el único argentino en ignorar esos pliegues de su historia familiar que pertenecen a la historia nacional. Quizás allí radique una de las taras de nuestro país: que escondamos las vergüenzas nacionales tal como se silencia una vergüenza familiar. Quizás en todos los países hacen lo mismo, y seguirá siendo así hasta que la hagiografía sea destronada del canon escolar y deje lugar a una historia veraz de las infamias nacionales. Sospecho que hay más chances de amar al propio país si nos enseñan desde chicos las vilezas a las que fue sometido. Se aprende de las desgracias, es casi la única manera de aprender, pero a cien años de la Semana Trágica no se sabe todavía cuántos murieron ni importa quién los mató.”
Al interior del colectivo Historias Desobedientes, del que formo parte, se habla mucho de esto, de romper los mandatos de silencio para, poder esclarecer la historia y que quede claro que lo que pasó acá no fue una guerra.
Podría parecer contradictorio hablar de “las guerras mundiales” y tratar de hacer algún tipo de paralelo con las masacres que se vivieron en nuestro país, pero no. Porque el punto es sacarle también a las guerras esa patina que trata de justificarlas.
Porque si hacemos una análisis claro de las mismas, siempre hay un poder político y económico que lo que busca es hacerse con el poder supremo.
Los antecedentes de la segunda guerra, tienen que ver con la forma en que lo dejan hacer a Hitler, tomándolo como el anticuerpo contra el comunismo en ciernes. Y el tiempo que le dieron los aliados, hasta que se convirtió en algo totalmente ingobernable.
Me imagino que si se hiciera un análisis exhaustivo de los hechos se podría llegar a conclusiones espantosas sobre quién alimentó a quién, y quienes son los verdaderos responsables de tamaña masacre.
Y acá es a dónde quería llegar.
Los poderosos mueven los hilos a su antojo empujando a los débiles contra los débiles, que en definitiva somos todes nosotres. Nunca un dueño de emporio multinacional es soldado, ni siquiera va al frente. En las masacres modernas, solamente mueven los hilos para que grupos de mercenarios, bajo bandera, miembros de fuerzas armadas y seguridad se encarguen de matar a todo lo que sea desobediencia a sus mandatos; reacción a lo que ellos creen que son sus derechos naturales, como el de explotar al prójimo.
En los hechos que narra Forn, sobre la Semana Trágica, queda manifiesto el conflicto que la desató, una huelga de metalúrgicos que peleaban por las ocho horas y un franco semanal, y eso desató en los poderosos su saña que la descargaron, Liga Patriótica y fuerzas armadas mediante, produciendo una de las matanzas más salvajes que recuerda nuestra historia. Siempre hablando del siglo XX, porque si nos vamos a la mal llamada conquista…
Y esos hechos nunca fueron estudiados, analizados y cuestionados como corresponde. Nunca se juzgó a nadie. El único legado fue el sometimiento y el miedo. Obviamente siempre hay luchadores que lo hacen, pero en esto me refiero a la sociedad, como conjunto.
Después los bombardeos a la Plaza de Mayo, cometido por las mismas élites, y después los fusilamientos de José León Suarez, y después la dictadura del 76.
Terribles masacres que quedaron en la historia sin que nunca nadie se haga cargo del horror cometido.
Solamente algunos de los responsables del la dictadura del 76 fueron a juicio.
Juicios que fueron ejemplo en el mundo de un estado, poniendo el ejercicio de la Justicia, sobre los desmanes cometidos.
Y gracias a esos juicios, y al laburo inconmensurables de los organismos de DDHH, Abuelas, Madres, Hijos y Familiares de desaparecidos; cuarenta años después, y por el retroceso que se veía en nuestro país, aparecimos nosotres: hijas, hijos y familiares de los genocidas, de los perpetradores, para decir basta.
Para romper con el mandato de silencio.
Para exponer lo poco o mucho que sabemos y decir basta.
Como sociedad es imprescindible que todes les que tengamos a nuestra familia con las manos ensangrentadas, tomemos una posición ética que nos separe de ellos.
Pero no como testimonio personal de repudio, sino como actores sociales que no quieren que estas cosas vuelvan a suceder. Podés gritar y decir que te parece terrible que tu padre, o tu tío, o quién sea haya sido un torturador, o un asesino. O cómplice, y que eso te rompe el alma, porque para tu forma de pensar eso es inadmisible. Podes gritarlo y debes gritarlo. O por lo menos empezar a pensarlo, porque cada une tiene sus tiempos.
Escuchando el testimonio de Alexandra Senft, nieta de un genocida nazi, era imposible no ver las similitudes. Las sensaciones de culpa, de vergüenza, de aislamiento. La sensación del silencio en derredor, pero no solamente de la propia familia, sino de la sociedad. En algún momento hablaba de cómo en Alemania, a pesar de los juicios de Nürembreg, al interior de la sociedad prevalecía el silencio sobre el accionar de los abuelos, o abuelas, durante el nazismo. La negación y el silencio como respuesta a tanto horror.
Y vuelvo a retomar las palabras de Forn cuando dice: “Quizás allí radique una de las taras de nuestro país: que escondamos las vergüenzas nacionales tal como se silencia una vergüenza familiar.” pero llevándola al mundo entero.
Como sociedad se esconden las vergüenzas, cuando lo necesario, a mi parecer es hacerse responsable, romper los mandatos de silencio, desobedecer el mandato de acatar órdenes que revientan la dignidad de cualquier ser humano.
Teniendo en cuenta los momentos que se están viviendo a nivel mundial, las derechas más brutales gobernando en países dominantes, estamos a un paso de que se repitan todas las atrocidades que ya se cometieron otras veces. Y cada vez, lo atroz toma potencia, y cada vez es peor, y cada vez, las atrocidades cometidas quedan chicas, en comparación con las nuevas atrocidades que se cometen.
No podemos permitir que se retroceda… la mayoría de nosotres tiene un antepasado que se llenó de sangre las manos, en mayor o menor medida, por acción, omisión o complicidad; y creo que es importante desempolvar esa parte de la historia familiar y sacarla a la luz.
Y gritar que no queremos ser más cómplices de esas atrocidades, ni con la acción, ni con el silencio.
De todes depende que en los tiempos que se vienen el salvajismo no sea el protagonista, una vez más.
Rompamos los mandatos de silencio y repudiemos toda forma de maltrato, tortura, de masacre.
No podemos ser cómplices.
No debemos ser cómplices.